Mis manos comenzaron a sudar casi al mismo tiempo que mi pulso pisó el acelerador, me quedé perpleja, de pie, perpleja y casi como si pudiera predecir de pronto el futuro, deseé equivocarme por primera vez en la vida.
Abrí la puerta como quien abre los ojos ante una realidad utópica, contuve el llanto, mis piernas temblaban, el estómago se retorcía, caminé apenas unos pasos como si mi cuerpo pesara lo mismo que un rascacielos, apenas cayó la primera lágrima me vine abajo con ella.
No podía articular palabra -o no quería-, sentía mi pulso titilar justo en la cien, sentí calor, luego frío y calor nuevamente. Las lágrimas seguían cayendo y mi cuerpo seguía pesando lo suficiente como para no levantarme -aún- del suelo.
Con el pasar del tiempo, algunas cosas se nos olvidan: el sabor de aquel dulce de la infancia, la voz de un ser querido que hace años no está, algunos recuerdos se tornan borrosos, lo que nunca puede borrarse son las sensaciones más intensas que tu cuerpo experimentó.
Han pasado muchos años y he olvidado muchas cosas, pero jamás he podido olvidar cada sensación que experimenté ese día. La memoria del cuerpo es perpetua.
Daarlyn Perroni 🍃